jueves, 25 de enero de 2024

La hora del Crawfish. Las tribulaciones de un matemático en USA. parte 6.

 

Año 1987.

 

 

Valium.

Regreso al año de 1987. En el último año tuve una serie de problemas de salud que me afectaron bastante. Sentía mucho ruido en los oídos que me ponían nervioso. Fui al médico y me diagnostico con Tinitus, una enfermedad benigna pero incurable. Debía acostumbrarme a los ruidos me dijo el doctor. Una vez me recetó el médico unas pastillas para quitar los nervios. Era Valium, un medicamento psicotrópico, bastante potente que me sirvió por quince días, pero después tuve una crisis de nervios aún peor. Además, me daba una sensación extraña en el pecho y pensaba que iba a tener un infarto. Casi en un estado de ansiedad, por la presión de la tesis y la posibilidad de morirme fuera de Venezuela. ¿Que iría a pasar con mi familia? Me preguntaba angustiado en las noches.

Fui varias veces al médico y entonces me diagnosticaron Ansiedad. La ansiedad es algo que no te deja vivir, siempre estas inquieto, no disfrutas del presente y piensa todo el tiempo en el futuro. Te preocupas por cualquier cosa. Del Valium, salté a otro tipo de pastillas menos dañinas. Recuerdo muy bien que una tarde tuve un ataque de pánico al no poder encontrar la salida del departamento de matemáticas. Había estado muy ocupado en mi cubículo corrigiendo unos ejercicios. Era tarde y casi todo el mundo se había ido. Estaba solo y cuando iba a regresar a mi casa, les daba vuelta a los pasillos desesperado. Me sentí bastante extraño y desorientado. Subía y bajaba los pisos sin encontrar la salida como en un laberinto. Al fin, una persona me ayudó a salir. La crisis duró unos 15 minutos.

El tiempo se me estaba agotando. No conseguía resolver el problema de investigación. La presión con los cursos, la familia y la tesis era mucha. Entonces Perlis se dio cuenta de mi situación y me sugirió enviar a mi familia a Venezuela para quedarme solo y así poder trabajar con más calma.

  

Cuerpos finitos. Una luz al final.

 

Un evento de gran importancia que se celebraba cada año eran las conferencias Porcelli Lectures.  Se trataba de la visita al Departamento de matemáticas de alguien especial, que dictaba una serie de charlas durante tres días consecutivos. Por ejemplo, en 1983, le tocó a John Milnor. En el mes de febrero 1987, el Profesor Winfried Scharlau, un experto en formas cuadráticas del Instituto de matemáticas de la Universidad de Münster en Alemania, dicto una serie de conferencias sobre la teoría de códigos y sus aplicaciones concretas en diversos campos como, por ejemplo, los discos compactos. Gracias a los códigos correctores de errores y la criptografía, los cuerpos finitos estaban ahora de moda en el ambiente matemático. Estos códigos dieron inicio a toda una revolución en el manejo de la información que cambió nuestras vidas. De allí proviene el uso de los códigos de barras, los cajeros automáticos, las imágenes del espacio recogidas por las naves espaciales, el internet, los teléfonos inteligentes, las criptomonedas…etc.

En mi carnet de estudiante graduado de aquellos años, aparecía un código de barras. El mismo lo escaneaban diariamente para controlar el préstamo de libros  en la biblioteca y además, las comidas en la cafetería. Todo funcionaba perfecto y yo podía saborear mi Gumbo con un rico helado de postre.



Este matemático Scharlau después de ser un experto en formas cuadráticas, publicó un libro sobre el tema que es una Biblia. Luego cambió de área y trabajaba en Teoría de códigos, una nueva disciplina.

En esa época apareció un buen libro sobre cuerpos finitos para llenar un gran vacío en la literatura del tema. Fue publicado en 1986 por los dos autores Rudolf Lidl de la Universidad De Tasmania y Harald Niederreiter de la Academia de Ciencias de Austria. Pudiera decir que estaba trabajando con las manos, y de repente me conseguí con una caja de herramientas.

Muchas personas estaban al conocimiento del problema de cuerpos finitos en el cual yo trabajaba. Inclusive, por sugerencias de mi tutor, cada vez que venía una persona visitante al Departamento, le planteaba el problema para conocer sus opiniones y buscar alguna luz que me alumbrara.  Todos decían que era interesante, pero hasta allí quedaba la consulta. Nadie me daba ayuda…Pero.  Casualmente, el Profesor Jorge Morales, tuvo una buena idea que me ayudó bastante a comprender el problema. A él le estoy muy agradecido.

Estoy orgulloso de los resultados de mi tesis por ser un aporte original al tema. El problema no lo resolví completamente, pero dejé abierto el camino para otros como por ejemplo el matemático holandés Hendrik Lenstra, quien dio una demostración de una de mis conjeturas.  

Mi tesis estaba casi estancada lo cual me preocupaba mucho, pues este era el último año del doctorado y debía estar lista para presentarla en el semestre Fall. Llegó la primavera y con ella una eclosión de flores por todo el campus. Eran las azaleas, unas bellas las flores, pero me enfermaron. El polen de las flores me produjo fiebre de heno. Tuve un malestar de gripe y perdía el equilibrio al caminar. A partir de allí tuve padecimiento de sinusitis durante varios años.

El Glühwein.

 

Esos semestres me inscribieron en un curso de alemán, como un requisito para tener el título.

Wie heisen sie, bitte?- nos interrogaba el profesor.

Fue una experiencia muy agradable y divertida. El alemán es un idioma bastante cercano al inglés. Compartí el curso con unos jóvenes freshmen. Pepita García, una compañera de estudios de Puerto Rico, y yo éramos de los más viejos en aquella clase. El profesor era un viejo veterano, un show man que hacía la clase todo un espectáculo y nos hacía reír con sus ocurrencias. Todavía conservo el libro de texto y algunas veces practico el alemán. Tengo un amigo alemán de aquellos tiempos llamado Michael Ruge, quien vino a Venezuela a visitarme en 1990.

Al final del semestre planificó una fiesta para probar el Glühwein, una bebida de vino y cosas dulces que calentaba bastante.

 

Regreso a Venezuela.

 

En el mes Mayo, al finalizar las clases nos fuimos todos a Venezuela. El plan era que Nancy con los niños se quedara viviendo con su familia, mientras yo volvía a Luisiana para concluir mi tesis. El ambiente en Venezuela daba tristeza. La crisis económica se sentía en todas partes. El sentimiento generalizado de frustración y pesimismo reinaba entre las personas.  El eslogan del día era: Ahora Venezuela es otra. Se terminó el consumismo en los centros comerciales. Los productos importados casi desaparecieron. La comida se volvió muy costosa. Coman sardinas, decía un cómico por la televisión. Ciertamente, Venezuela era otra cosa, no era el mismo país que yo había dejado en 1982.

Cuando regresé tuve que hacer escala en Miami, pues los vuelos directos desde Venezuela a Nueva Orleans ya no existían. Inclusive la aerolínea Continental desapareció. Me dio mucho sentimiento volver a quedarme solo. Empecé a comer en el comedor de la Universidad. Tenía que lavar mi ropa yo mismo en la lavandería automática de la residencia.  

Semestre de verano.

Regresé a Baton Rouge bastante recuperado y con ganas de trabajar. Ahora tenía más tiempo libre para enfrascarme en la tesis. Como el apartamento era grande acepté a dos estudiantes de pregrado, un hondureño y un venezolano y les di alojamiento gratis. La idea era no sentirme tan solo. Humberto, el venezolano era músico aficionado, tocaba cuatro y me enseñó algunas canciones. Por otro lado, el hondureño era un tipo reservado, siempre  pegado del televisor escuchando las noticias. Los discursos del presidente Reagan eran una maravilla. También éramos fanáticos del show de Johnny Carson y luego Jay Leno.

Una mañana de agosto en el día de mi cumpleaños 37, fui al supermercado A&P, que quedaba cerca de casa. Allí  compré seis latas de cervezas y una carne para hacer una parrilla. Invite a mis huespedes  y a Quintín Molina, para celebrar. A la hora de prender el carbón en la parrillera,Quintín me solicitó algo de papel para iniciar el fuego. Entonces saqué de mi cuarto el libro peripatético de T.J. Lam y en ese momento  supe lo útil que era ese texto y como usarlo.

Empecé a desarrollar el gusto por la computación y pude domar aquel monstruo de la IBM XT. Ese verano trabajamos Horst von Brand y yo en la creación de unos algoritmos con el lenguaje Modula C para construir los cuerpos finitos. Era toda una tarea de diseño de algoritmos, exploración y descubrimiento de relaciones muy divertida. Descubrí una serie de propiedades interesantes que luego pude demostrarlas en mi tesis matemáticamente.

 


Cursos aprobados.

  • Seminario de tesis. Robert Perlis.
  • Geometría de los números. Stoltfuss.
  • Alemán.


Semestre de otoño y último.

La tesis estaba lista y solo me quedaba pendiente el trabajo de escribirla. El computador IBM no tenía programas de procesamiento de texto. Todavía no existía el Word. Entonces, fue de mucha ayuda el profesor Craig Lilestrom, pues me hizo el favor de tipearla con su Macintosh. Perlis la revisó con mucho cuidado y fijamos la fecha de presentación. Craig era un biólogo, americano del norte, pero muy tropicalizado. Estaba casado con una venezolana y era profesor de la Unellez en Guanare. Estudiaba en LSU para obtener un doctorado en peces. Aparte de ser muy inteligente, era un terrible jugador de tenis, al igual que yo, y además tenía varios proyectos interesantes, como por ejemplo cultivar los crawfish en Venezuela.

Quedaban pocos días para mi partida definitiva. El último domingo que pasé en el campus hice un paseo a pie. Recorrí la calle Highland y todas las pequeñas veredas que se internan entre los corpulentos árboles de roble donde juegan las ardillas. Hacía bastante frío, pues ya era invierno. Aproveché para despedirme de algunos amigos. Pasé por todos los edificios, lagos, campos deportivos, residencias y facultades para dar una última mirada de aquel lugar en donde había vivido tantos años y llevarme esos recuerdos en mi corazón.  

 


Finalmente, hice las últimas compras de cosas que no iba a tener en Venezuela. Estudie bastante días y noches para prepararme bien. Sin embargo, muchos recomiendan, para descansar el cerebro, no estudiar ni hacer nada en la víspera y esto fue lo que hice. La noche anterior al examen final fui al cine para ver una película. En la noche me acosté temprano, puse un cd del cascanueces y apenas escuché la obertura, pues me quedé dormido.

Llegó el gran día en el cual se presenta el examen final de PhD. Este era un acto formal, donde debía ir con plató y corbata. Este fue un evento muy exigente, con la presencia de un jurado formado por cinco profesores. Durante unas cuatro horas se pasearon por la matemática y me sometieron a todo tipo de preguntas. Me defendí muy bien. Después me retiré a mi cubículo a esperar el resultado. En media hora, Robert Perlis tocó a la puerta, después de abrirle algo atemorizado, me miró a la cara, estrechó mi mano y dijo simplemente tres palabras que se quedaron grabadas en mi mente:

-Congratulations Doctor Rivero.

 Con esto termina mi relato.

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