Un pequeño relato en cinco partes.
Por
Francisco Rivero Mendoza.
Son aproximadamente: 10.000 palabras. Tiempo de
lectura: 2 horas.
Todas la fotos son de mi propiedad.
La Nostalgia.
Cuando uno llega a viejo mira
hacia el pasado con nostalgia. Se recuerda entonces con claridad de gran
cantidad de personas, lugares y hechos. La Nostalgia es el puente entre el
pasado y el futuro que nos permite conocernos a nosotros mismos. Nunca sabremos
en verdad quienes somos, hacia donde vamos, ni como nos miran los demás. Gran
parte de lo que somos ha quedado plasmado en el pasado. ¿Podemos cambiar el
pasado? Por supuesto que no, pero hay que mirar el pasado sin arrepentimientos,
de forma positiva y recordar las cosas buenas y malas en su justa medida.
Cada etapa de la vida tiene su
propia dinámica. Durante la juventud el hombre compite con los demás en busca
de metas heroicas. La competencia, el conflicto y la planificación constituyen
la norma, como decía el filósofo Lie Tse. En la vejez, la persona es más débil,
pero vive en armonía con su pasado y es más auténtica y fiel a sí misma.
Lo que voy a narrar aquí es una
historia de hace cuarenta años, acerca de las aventuras de un matemático venezolano
en el país del norte. La acción ocurre en los años 80. La época de oro, cuando
gobernaba Ronald Reagan. Si quieren ponerle música a este relato, entonces
saquen sus viejos LP y escuchen a Michael Jackson, Billy Joel, Kenny Rogers y Dolly
Parton.
Año 1982.
Era
una tarde calurosa del mes de agosto cuando el sol tiñe de amarillo las aguas
del Mississippi. Una barcaza llena de contenedores que navegaba lentamente
hacia el sur pasó debajo del puente.
Estaba sentado en un banco sobre la orilla leyendo un libro. Pasó frente
a mí un pequeño grupo de gente que caminaba con bastante pereza. Un niño se
acercó a curiosear.
-
¿Qué clase de libro es ese que no tiene dibujos ni diálogos?
-Es
un libro de Algebra conmutativa- le conteste.
Entonces
era tanto el sopor de aquella tarde que me quedé dormido y empecé a soñar….
Salí
de beca para realizar un postgrado en la Universidad del Estado de Luisiana.
Después de pasar unos días en Maracay mi familia me acompaño hasta el
aeropuerto de Maiquetía. Allí nos despedimos entre besos, lagrima y abrazos.
Partía hacia otro país desconocido a enfrentarme a otra cultura, otro idioma y
otro grupo de personas. Hay momentos en la vida que debemos hacer cosas
impulsados por el deber, como parte de una institución, aun con muy poco
entusiasmo, en contra de nuestra voluntad. Sentía que me movía arrastrado por
las circunstancias. No me gustaba lo que estaba haciendo, pero la presión
social que me impulsaba hacia las metas establecidas por la Universidad, era
más fuerte que yo mismo.
El
vuelo desde Caracas a New Orleans en la compañía Continental Airlines,
hizo una breve escala en Maracaibo para recoger algunos pasajeros. Casi todos
eran gente de las empresas petroleras que regresaban a su país. Me pude enterar
que ganaban sueldos fabulosos. Inmediatamente empezaron todos a reír y festejar
como si fuesen amigos. Aquel grupo bromeaba y chateaba sin cesar, mientras
bebían. En el avión se vendían muchas
bebidas alcohólicas. Como yo era el único pasajero con cara de tristeza, un
chicano me brindó un par de cervezas para levantar mi ánimo. Llegué a Nueva Orleans a mediado de la tarde, esperé
un rato y luego tomé otro avión que me llevó en pocos minutos a Baton Rouge. Mirando
por la ventanilla del avión pude ver un paisaje totalmente verde cubierto de árboles
frondosos que se apretaban los unos contra los otros, ocultando las casas y las
vías de comunicación. El avión aterrizo
bruscamente y nos bajamos en un pequeño salón de llegada. Era un día domingo en
plena temporada de verano. El calor era sofocante y las personas usaban shorts
y sandalias. Yo vestía como para ir a Chicago con una chaqueta de lana y me
sentía algo ridículo y fuera de lugar. Desde allí, tomé un taxi, de color negro
y destartalado y pasé directo a la Universidad.
Un
amigo de mi hermana Marilyn, de nombre Alí Banavides, me recogió en el hotel. Al
día siguiente de llegar me invitó a desayunar en un restaurante de panquecas (International Pankcake House).
Estaba muy contento de haber terminado sus estudios y poder regresar a su
tierra. Él era un tipo afable y muy bromista como buen maracayero.
-Como
me reconociste- le pregunté.
-Eras
el único que venias con una chaqueta puesta con semejante calor, me dijo
bromeando.
Alí
terminó una maestría en veterinaria y apenas regresar al país, se reincorpora a
la Facultad de Ciencias veterinarias de la UCV. Esta noticia de irse tan pronto
me puso algo triste pues a la semana de haberlo conocido, pensé que ya no nos
veríamos más nunca. Después de regresar trabajó como administrador de una
hacienda de la Universidad en San Felipe. Viajaba casi diariamente para cumplir
con sus obligaciones. Un día que regresaba a Maracay, después del trabajo, perdió la vida en un accidente de tránsito.
En el Campus
Estuve durante tres días en el hotel
durante los cuáles compartí con otros venezolanos recién llegados como yo. Al
momento me di cuenta que no hablaban nada de inglés. Eran muchachos bastante
jóvenes que venían becados por la Fundación Ayacucho a estudiar en un college
de agricultura. También estaban algunas jóvenes que venía por cuenta propia a tantear
el ambiente y estudiar lo que fuera. Ya no me sentía tan solo y empecé a
disfrutar de mis estadías como cualquier turista. Con mi inglés recortado pude
defenderme para comunicarme con la gente y ellos me tomaron como el jefe del pequeño
grupo. Fuimos a comer y también hicimos un recorrido por los
centros comerciales. Había que comprar ropa, zapatos y artículos de higiene
personal. Era el Hotel Pleasant Hall,
situado en el campus, lugar de llegada de todos los estudiantes del curso de
inglés.
Salimos
en la maña a recorrer el campus de LSU. Caminamos por unas calles rodeadas de
grandes árboles de roble cuyas copas daban bastante sombre y frescor. Aquel
paisaje de aspecto rural, me hizo recordar los grandes samanes del estado
Aragua. Sobre el agua de los lagos
adyacentes sobresalían unos árboles con el tronco sumergido, lo cual le daba un
toque bucólico al campus. Las residencias estudiantiles de arquitectura
colonial eran hermosas, al igual los perfumados jardines de flores de azalea y
magnolias. Había iglesias de las distintas religiones. Católica, Baptista.
Metodista, luterana, anglicana, hebrea, etc. También llamaban la atención las
casas de fraternidad con sus inscripciones en griego en los frontones
triangulares y pórticos sostenidos por blancas columnas. Todo era tan limpio y
ordenado que un joven recién llegado de Pariaguán en Venezuela, impresionado
por todo aquello, exclamó.
-Coño
Francisco, esta vaina si es limpia. Aquí no se consigue uno ni un mojón de
perro en las calles….
La
comunidad de estudiantes latinos era bastante importante. Conocimos más venezolanos,
mejicanos, guatemaltecos y panameños, empezamos a hacer amigos y nos enteramos
de muchas cosas. Por ejemplo, había 250 estudiantes venezolanos matriculados
allí, casi todos en cursos de pregrado y becados por la FGMA (Fundación Gran
Mariscal de Ayacucho), un programa de becas muy ambicioso lanzado por el
presiente Carlos Andrés Pérez. Uno de ellos tocaba cuatro muy bien y enseguida
empezamos a cantar a coro la canción Fiesta en el Orza. Otras colonias
importantes de estudiantes internacionales eran los iraníes, los malasios y los
de Túnez.
En el Kirby Smith.
Antes
de ingresar a la escuela de graduados, debía pasar por una academia de inglés,
que formaba parte de la Universidad. En este instituto se ofrecía un programa
para dominar el inglés, en el caso de los estudiantes extranjeros, llamado English
Language and Orientation Program (ELOP). Después de tomar un examen de exploración
me colocaron en el quinto nivel.
De
esta manera me inscribe allí para un curso de un semestre. Al final de dicho
curso se presentaba el examen de suficiencia en Ingles llamado TOEFL (Test of English as a Foreign language).
Viví
durante esos cuatro meses en una residencia llamada Kirby Smith, la cual era un
edificio de trece pisos. El Kirby era el edificio más alto del campus, estaba
muy cerca de la cafetería y contaba con un gran estacionamiento. En el lobby
habían mesas de pool y de ping pong. En las noches acostumbraba jugar con otros
residentes varias partidas de bowling en las canchas del Union Student Center. El ambiente era
agradable y de una vida social muy activa. Contábamos con baño privado,
teléfono, un escritorio y televisión. Compartí una habitación con un joven japonés.
Esto me sirvió para mejorar mi inglés, pues el room mate no hablaba español.
Era una residencia para varones, pero fue declarada Open House y podían entrar
las damas a visitarnos. El japonés invitaba todas las noches a sus amigas
orientales y jugábamos a las cartas el juego de UNO. Eran unas chicas muy
simpáticas que siempre reían por cualquier cosa.
El
curso de inglés fue bastante intensivo. Teníamos clases de lunes a viernes 8
horas diarias, desde las 7 de la mañana hasta las cinco de la tarde. Tuve que adaptarme a esta vida de estudiante
novato, después de haber sido profesor, y andar con un back pack en la espalda
lleno de libros de gramática y diccionarios. Había una materia llamada Reading
en donde nos hacías leer libros completos. Así pues, tuvimos que desarrollar
nuestro gusto por la lectura y entrarle a tres novelas de autores anglosajones
Como Farenheit 451 de Ray Bradbury,
El Hombre invisible de H.G. Wells y The
Red Pony de John Steinbeck. Tuve la suerte de compartir con muchas
personas de otros países con los cuales hice buenas amistades.
Una
profesora del área de speech, muy simpática nos dio un sabio consejo para
aprender el idioma.
-Hablen
con todo el mundo en la calle, aunque se sientan ridículos y se rían de ustedes.
Total, cuando se marchen de aquí nadie los va a recordar.
Después
de dos semanas de iniciar el curso me di cuenta que me estaba quedando sordo.
Era un problema que traía desde Venezuela, pero no le había dado mucha importancia.
Sin embargo, para aprender un idioma hay que tener buen oído. Tuve que ir a un
especialista y me diagnostico Otosclerosis, una enfermedad del oído medio que
avanzaba con los años hasta quedar completamente sordo. El problema era la
cadena de huesecillos que estaba perdiendo movimiento. Por lo tanto, me
hicieron un aparato para mejorar la adición el cual fue de gran ayuda. Más
tarde tuve que operarme para poder resolver el problema.
Los preparativos.
Cuando
llegó el mes de diciembre comencé a hacer los preparativos para recibir a mi familia
que llegaría pronto. Había traído 7200 $ desde Venezuela para los gastos de
instalación, lo cual era más que suficiente.
En
primer lugar, compré un carro usado, pero en buenas condiciones. Un Ford
Fairmont modelo 1978 de dos puertas que me costó 3200 $. Me gustaban los carros
japoneses, pero eran chiquitos y muy caros. Comprar un carro
en USA es tan fácil como comprarse una camisa. El vendedor me dio el título y lo
firmó por detrás. Tenía placa de
Luisiana con el lema del estado Louisiana a dream State. Lo que más me gustaba era que al ser deportivo y de dos
puertas, Francisco José iba a ir muy seguro en el asiento de atrás. Los niños
tremendos les gusta abrir las puertas de los carros.
También
arrendé un apartamento en las afueras del campus. Era un complejo de estudiantes
bastante cercano en un lugar llamado Tigerland. Tenía una piscina enfrente de
la casa. El autobús de la universidad lo tomaba muy cerca también. Compré todos
los implementos de cocina, las camas, sábanas…etc. Mi beca era de 2500 $
mensuales y podía pagar todas esas cosas. Así pues, cuando mi esposa llegó
junto con mi hijo Francisco José de cinco años y un sobrino de ella que la
acompañaba se instalaron cómodamente. Fue el primer diciembre que pasamos en
los Estados Unidos. Todo parecía indicar que íbamos a tener una estadía feliz
en el país del norte. Sin embargo……
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