Pizzas y cerveza. El Aquelarre.
Al siguiente día Fer invitó a Gaty a cenar. El la buscó en su residencia de la calle 33. No sé exactamente qué sucedió en el trayecto, pero luego ambos fueron a parar a una pizzería enfrente de una pequeña plaza al norte de la ciudad.
-Las pizzas son bastante buenas y además, los precios son accesibles- Pensó Fer.
Antes de entrar al lugar dieron una vuelta alrededor de la Plaza. La luna llena se ocultaba un poco entre la neblina. Una luz muy tenue se filtraba entre los negros arboles con sus barbas de palo colgando de las ramas creando todo ello un efecto lúgrubre y fantasmagórico de cuento de hadas. En una de las esquinas el campanario de una iglesia mostraba la hora en el reloj. Eran las ocho de la noche. Del cielo cae la lluvia y moja la ciudad. En el pavimento húmedo se reflejaban las luces de los distintos restaurantes, cafetines y posadas cuyas puertas abiertas esperaban por los clientes. Alrededor del perímetro de la plaza se alineaban algunas casas viejas de aspecto colonial, con ventanas de balaustre y tejados que remataban en pesados aleros. Todo el conjunto tenía ese sabor inconfundible de pueblito andino, que tanto gusta a los turistas de la capital. Unas parejas de jóvenes enamorados se abrasaban con pasión ocultándose detrás de unos setos de cayena. Ella vestida con falda blanca, blusa de polyester azul y ruana multicolor y el hombre con una chaqueta negra de cuero y pantalones blue jeans.
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| Una Plaza. Francisco Rivero. 2025. |
La pizzería está ubicada en un caserón muy antiguo y su dueño es un señor de aspecto bonachón que siempre sonríe. No recuerdo su nombre, pero el siempre nos saluda con cariño. En cada una de las estancias hay mesas con sillas de cuero en donde se disfruta de una ambiente tan agradable y acogedor, que se siente uno como en casa. Fer y su amiga Gaty se sentaron y en ese instante, por casualidad, llegaron varios colegas de la Facultad de Ciencias. Gaty estaba encantadora aquella noche, hablaba bastante y su conversación era interesante. Llamaba la atención de todo el grupo por su gracia e inteligencia. Fer permanecía en silencio, la miraba de reojo y se sentía orgulloso de ella. Se arrimaron a la mesa algunos amigos que llegaron de improviso, para hacerles compañía. Entonces se formó un grupo algo grande animado de fumadores empedernidos y cerveceros. Había algún cantante entre ellos y de repente como siempre pasa en Bolivia, apareció un cuatro, nadie sabe de dónde. En toda reunión siempre hay alguien que toca cuatro o lo charrasquea. Así pues nuestros amigos empezaron a cantar algunos valses andinos, como Soy de los Andes, El campo esta florido y Nostalgia Andina.
Fer fue al baño un momento y cuando regresó ya Gaty no estaba. Sus amigos le dijeron que Gaty se había ido con Carlos. Entonces Fer se quedó paralizado un buen rato,con la mirada perdida mientras pensaba en algo. Estaba turbado y tomaba demasiado rápido para emborracharse y olvidar lo que consideraba una afrenta. Afuera llovía mucho y la música aumentaba de volumen. Los bebedores hablaban en voz alta y a veces soltaban sonoras carcajadas. En otra mesa un grupo cantaba a coro desafinado una canción de salsa que narraba la historia de Pedro Navaja. El humo de los cigarrillos formaba una neblina densa de nicotina que impregnaba la ropa. Alguien dejó caer una botella de cerveza al piso y los vidrios se esparcieron por todas partes. Vino un mozo con más cervezas frías. El ruido de las distintas conversaciones era ensordecedor. Sintió que le faltaba el aire. Se levantó de la mesa donde estaba y se dirigió hacia el patio, pero los chorretones de agua que bajaban de las canales se lo impedían. Entonces cambió de plan y decidió arrimarse a otra mesa donde estaban algunos estudiantes charlando animadamente.
-Ah, miren quien esta aquí. Caramba. Que pequeña es esta ciudad! Es el famoso profesor Fer. Venga profe y nos paga una ronda de cervezas. He oído que a usted le van abrir un expediente la próxima semana por un asunto de un plagio. La profesora Nadia Nidia preside la comisión. Usted sabe profe, que ese grupo K no perdona. Ya le pusieron el ojo encima. Que pena Profesor. ¿ Que piensa hacer cuando ya no esté trabajando en la Universidad?
De repebnte Fer bajó la mirada, enmudeció y una gota de sudor bajo por su frente. Sacó unos billetes arrugados del bolsillo de su chaqueta, los colocó sobre la mesa y partió repentinamente sin dar alguna explicación.
Era tarde en la noche muy cerca de la madrugada, cuando un vehículo Renault entró al estacionamiento de la Facultad. El auto se detuvo enfrente del edificio de ladrillos rojos y su tripulante se bajó. Rápidamente atravesó el estacionamiento, descendió hacia el edificio alumbrado por las luces de neón y entró. Luego caminó por un largo pasillo a oscuras, en donde estaban los cubículos de los profesores. Abrió la puerta con la llave y se sentó en el escritorio. Media hora más tarde llegó una comisión de la auditoria y tocaron a su puerta. Fer no les abrió. Saltó por sobre el muro de la ventana que estaba abierta hacia el exterior del edificio. Entonces caminó por la cornisa buscando huir de aquella comisión. Caminó unos cincuenta metros mientras se sostenía con su mano izquierda de los ladrillos salientes, cuidando de no caer al vació Al final de la cornisa estaban dos gemelas de cara redonda y pelo amarillo que se sonreían .
-Deténgase,- gritó uno de los oficiales de auditoría.
Las gemelas no taraba de sonreír y le hacían gestos con las manos para que se aproximara a ellas. En un momento de abandono, Fer se abalanzó sobre ellas , las abrazó y los tres cayeron al vacío. Cayeron lentamente sobre el césped y aterrizaron de pie como en un paracaídas. Fer se sintió muy joven y feliz. Luego caminaron los tres agarrados de la mano por aquel prado de flores. Pero ya nadie podía verlos.
FIN:

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